viernes, 19 de junio de 2009


E1 día 9 de Mayo de 1884, esta muy Noble y muy Leal Ciudad se encontraba de plácemes y con justísima razón, por celebrarse el acontecimiento más ‘trascendental de aquellos tiempos la inauguración de la Estación del Ferrocarril y la llegada de éste por vez primera a nuestra Barranca.

Bellas damitas habían sido invitadas para madrinas del acto y todas aceptaron contentas de lucir galas y conquistar admiradores.

Entre ellas estaba Marta Vega, una bellísima morena, que aunque de origen humilde, era bien acogida en los altos círculos sociales por ser la prometida esposa del Sr. Tesorero del Estado, Leonardo García de la Cadena.

Marta no amaba a su futuro esposo, que era un señor muy respetable aunque con la edad suficiente para ser su abuelo, y a quien la belleza de la niña le hizo capitular con su empedernida soltería, pero la madre de Marta, viuda y con seis hijos, vio el cielo abierto ante las proposiciones matrimoniales del Sr. Tesorero quien prometió dotar generosamente a su novia y proteger a toda la familia, la señora aceptó agradecida sin tomar en cuenta a la niña.

Por lo que Marta, hija amantísima y obediente se sometió ante la voluntad materna. Por otra parte a pesar de su belleza y sus 19 primaveras no conocía el amor ni tenia más ilusiones que salir de la pobreza en que siempre había vivido.

Esta era la razón por la que Marta se encontraba entre las damas más ricas de nuestra sociedad.

La ciudad estaba engalanada, las bandas de música recorrían las calles, unas fila interminable de gente con sus trajes domingueros se dirigían hacia la Estación, que presentaba un aspecto pintoresco con sus guirnaldas de follajes y sus banderitas tricolores. Y como no se permitía la entrada al andén, por estar reservado a las autoridades, la multitud se acomodaba a lo largo de la vía, ansiosa de presenciar el inusitado espectáculo.

La Banda del Estado dirigida por mano maestra alegraba con sus alegres sones y la banda de guerra alineada junto a la vía esperaba la aparición del Tren para tocar a diana.

Por fin en el azul purísimo del horizonte, se perfiló un negro penacho de humo que se elevaba hasta el cielo, un cohete dio la señal y las campanas se echaron a vuelo, las bandas tocaban y a muchedumbre se aglomeraba más y más. De un curva, surgió la máquina negra, monstruosa arrojando humo y chispas y con estrepitoso sonar de hierros, pronto sonó el silbato y muchos que no esperaban tan espantoso ruido se cayeron rodando por los terreros ante las risas y rechiflas de los espectadores.

Cuando se detuvo el Ferrocarril, bajaron los tripulantes ante una lluvia de flores y confeti arrojados por las bellas madrinas, hubo aplausos interminables vivas, aplausos, los maquinistas emocionados no sabían como corresponder tanto entusiasmo.

Marta, emocionadísima entregó una rosa a uno de los técnicos que se quedó rezagado, era un joven y apuesto ingeniero alemán, que de propósito se quedo atrás de sus compañeros al ver sola a la bella muchacha se propuso acompañarla y tomándola del brazo la llevó por entre la multitud hacia los coches que los conducirían al centro de la ciudad.

En la Alameda durante el festival organizado al efecto Marta no se separó ni un momento del apuesto galán.

D. Leonardo ocupadísimo en agasajar a los visitantes, no tenía tiempo de mostrarse celoso por que su futura esposa estuviera tan bien atendida. Por la noche a el baile, algún oficioso le fue con el cuento; pero el buen señor estaba abrumado de cansancio y en cuanto pudo se fue a su cama.

Al día siguiente, Marta recibió un enorme ramo de rosas que ocultaban una perfumada esquela donde el ingeniero le declaraba su amor, ella loca de felicidad, sin acordarse del compromiso contraído con D. Leonardo, le contestó que lo amaría hasta la muerte.

Por la tarde al ir a despedir a los tripulantes, Maria estaba radiante de alegría. No tuvo ocasión de hablar a solas con su enamorado, pero sus ojos estaban cargados de promesas.

Cuando el tren partió a los acordes de Las Golondrinas, Maria estalló en sollozos, una voz brusca la sacó de su arrobamiento, era D. Leonardo, que autoritariamente la llamaba para volverse a la Ciudad, le reprochó el que se dejara dominar de la emoción y le recordó que muy pronto sería su esposa. Maria estaba desesperada.

Un cambio se operó en la futura esposa, de apacible y dulce se tomó en irritable y nerviosa, se desmejoraba a ojos vistos, se negó a salir a la calle.

Su madre no la comprendía, creía que el cambio se debía a la pena de dejar su casa y sus costumbres sencillas para vivir en otro ambiente más refinado. D. Leonardo activaba los preparativos de la boda porque un extraño presentimiento le decía que Maria, no sería de él.

Llegó el día fijado y Maria se dejó ataviar sin la menor emoción, con la mirada perdida como una sonámbula, casi no hablaba y su palidez era inquietante. Sus amigas pensaban que estaba nerviosa y que ya se dominaría al llegar al Templo.

Al llegar al Templo del brazo de su padrino, Maria buscó con la mirada anhelante entre todos los rostros el de su amado, tenía el presentimiento de que lo vería antes de morir, porque sentía que su corazón iba a estallar abrumado por la pena.

Y allí estaba él con el rostro desfigurado por la ira que le causaba encontrar a su amada próxima a ser de otro; Maria creyó que era una alucinación de sus sentidos y segura de que su fin había llegado, extendió los brazos hacia donde estaba su adorado y lanzando un gemido se desplomó en el suelo.

D. Leonardo se precipitó a levantarla, otros le ayudaron y fue conducida a la sacristía para que recibiera los últimos auxilios, gran confusión causó el incidente, los comentarios corrían exagerando los hechos, unos decían que se había suicidado, otros que le habían arrojado un puñal, todos, que estaba muerta.

El Dr. que la auxilió, declaró que su estado era gravísimo y que pocos momentos le quedaban de vida. Marta que escuchó esto, abrió los ojos y pidió que se le concediera su último deseo, su madre afligidísima y D. Leonardo desesperado prometieron concederle cuanto pidiera; entonces señalando a Fritz, dijo con voz trémula quiero casarme con ese señor. Todos pensaban que deliraba, pero se acercó el ingeniero y arrodillándose al lado de la amada imploró que se cumpliera su voluntad, el sacerdote que estaba revestido para la ceremonia, la efectuó “in artículo mortis, D. Lean todo trastornado salió para no ser testigo de su desdicha.

Luego fue llevada Marta a una casa cerca del Templo, mientras expiraba para llevarla de cuerpo presente. Fritz, hizo el voto de que si Marta vivía, se convertiría a la Religión Cristiana. Y el milagro se hizo. Marta se alivió, su corazón destrozado se curó con el amor, bálsamo supremo para las heridas del alma.

D Leonardo, se resignó a su derrota y generosamente le cedió todos los regalos que le diera.

Marta y Fritz, tuvieron muchos hijos y vivieron muy felices.

afectuosamente
“La Chacha Micaila”.